Como comentaba anteriormente, Australia llevaba unos meses hablando sobre el matrimonio homosexual, o más concretamente, en la eliminación de la discriminación por género de la ley del matrimonio. En un espectacular y prolongado fracaso colectivo de los políticos australianos, el gobierno adoptó unilateralmente una solución de compromiso que incluía la convocatoria de una encuesta postal no vinculante (no un referéndum, para el que no había consenso político) con un coste económico directo de más de $100 millones de dólares.
La dañina campaña duró varios meses y en ella se agitaron temores paranoicos y se utilizaron argumentos que provocan vergüenza ajena, como ya comenté en el otro blogpost. Al ser una encuesta sin valor vinculante, algunas administraciones como la ciudad de Sydney se sintieron libres para sumarse a la campaña y tomaron partido por la opción del "sí", aumentando el coste para el erario público. Empresas privadas como la mía también fueron muy activas, por ejemplo mediante una espectacular iluminación de la fachada de la oficina en pleno centro de Sydney. Hubo innumerables manifestaciones en las calles, en algunos casos enfrentadas y con acusaciones de violencia. Los partidarios del no, que a menudo dicen tener a Dios de su lado, se reconfortaron al leer un gigantesco "vote no" en el cielo de Sydney un domingo por la mañana, aunque en este caso el mensaje del cielo fue obra de una empresa de publicidad aérea a quien alguien pagó miles de muy terrenales dólares.
El formato de la encuesta, de distribución postal, también estuvo plagado de problemas. Hubo denuncias de papeletas robadas, extraviadas o enviadas directamente a la basura. En algunos casos más extremos y tristes, hubo hogares donde el cabeza de familia aparentemente interceptó todas las papeletas dirigidas a los miembros de la familia y decidió usurpar el derecho a voto a su propia familia, quizás asustado de lo que otros podrían opinar. La privacidad del voto también estuvo comprometida, pues una vez introducidas en el sobre, las papeletas resultaban legibles al trasluz.
Aún así y pese a que el voto no era obligatorio (a diferencia de las elecciones, donde sí es obligatorio votar) un 80% de los australianos participaron en la encuesta. Los resultados oficiales confirmaron lo que las encuestas habían anticipado: un 62% a favor, 38% en contra. El "sí" ganó en todos los estados, y fue especialmente dominante en los centros urbanos de Sydney y Melbourne (84% a favor). También ganó ampliamente en la circunscripción de Warringah (75%), confirmando que su parlamentario y ex-primer ministro Tony Abbot ha perdido completamente el contacto con su electorado. En el lado opuesto, el "no" se impuso, en algunos casos de forma abultada (74%) en algunas circunscripciones del extrarradio de las capitales, en un resultado que muestra correlación con la mayor presencia de comunidades religiosas Chino-cristinanas y Musulmanas de perfil más conservador.
Los políticos australianos ya no pueden esconderse debajo de sus escaños ni un minuto más. Lejos de rendirse, incluso antes de conocerse los resultados oficiales, algunos parlamentarios conservadores ya estaban trabajando en varios borradores de ley llenos de asteriscos y letra pequeña. Esperemos que los políticos sepan entender el mensaje de modernidad e igualdad que los ciudadanos les han enviado y aprueben sin mayor pérdida de tiempo una ley justa.
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