jueves, 21 de octubre de 2021

St Ives - Mt Kuring-gai

 St Ives es un suburbio al Norte de Sydney, en el límite con el parque nacional de Ku-ring-gai. Donde termina la carretera comienza una pista forestal llamada Warrimoo que avanza hacia el norte. Tras apenas dos kilómetros, la pista termina en un mirador y se convierte en una senda escalonada que desciende hasta el río, justo donde llega el límite de las mareas. Allí saqué el bote de la mochila y continué por el agua. La marea estaba bajando, y la profundidad era muy escasa. Al cabo de un rato se llega a la intersección con la Sphinx Track. Navegando unos kilómetros más se llega a Bobbin Head, y después a Apple Tree Bay, cuyas aguas ya me son conocidas. Allí volví a recoger el bote y continué caminando, ascendiendo para salir del valle y llegar a la estación de Mt Kuring-Gai.




sábado, 9 de octubre de 2021

Confinamiento

En aquellos días de Marzo de 2020, cuando el mundo súbitamente se encontró con la pandemia del Covid, Australia tomó la decisión de aislarse. Anuló los pasaportes de sus ciudadanos y cerró sus fronteras aéreas, excepto para un reducido número de ciudadanos retornaban a Australia, para los que se estableció un programa de cuarentena estricta en hoteles de lujo durante 15 días. Para entonces, el virus ya estaba circulando por el país, pero el número de casos era reducido. Gracias a un gran esfuerzo de rastreo de contactos, Australia consiguió eliminar la propagación del virus.

De esta manera, mientras el resto del mundo sufría los estragos del Covid sin disponer de una vacuna, en Australia la vida era casi normal. Las restricciones eran mínimas, todos los negocios estaban abiertos y el uso de mascarillas era escaso. El gobierno alentaba a la gente realizar turismo doméstico mediante unos descuentos en las tarifas aéreas, y a cenar en restaurantes y asistir al teatro mediante unos vales.

Ola tras ola, otros países soportaban estrictos confinamientos mientras esperaban la llegada de una vacuna. Cuando por fin las vacunas aparecieron, Australia se lo tomó con calma. El primer ministro declaró que "no era una carrera". La ciudadanía tampoco tenía ninguna prisa: al no haber contagios, tampoco había hospitalizaciones ni muertes. Además, una desastrosa comunicación sobre la seguridad de las vacunas y su idoneidad para ciertos tramos de edad contribuyeron a que la actitud fuese de espera. Las vacunas empezaron a llegar con cuentagotas, y al contrario que el resto del mundo, que destinó las primeras vacunas para su personal sanitario y otros trabajadores esenciales, en Australia se dio prioridad al personal de aduanas y de los hoteles de cuarentena.

El sistema de cuarentena en hoteles para los pocos viajeros que conseguían retornar a Australia no era perfecto. En algunas ocasiones se producían contagios entre alguno de los viajeros y el personal que les atendía o vigilaba, dando lugar a un brote en suelo australiano. Durante más de un año, el sistema de rastreo de contactos y tests masivos funcionó una y otra vez, consiguiendo contener y eliminar de manera milagrosa todos los brotes en cuestión de días, con muy pocas restricciones. La única excepción fue un brote que obligó a Melbourne a realizar un confinamiento de varios meses, mientras el resto del país seguía haciendo vida normal.

Era evidente que Australia estaba jugando con fuego. No había margen de error. Todo cambió en Junio de 2021. Un nuevo brote se declaró en Sydney, tras el contagio de cuando uno de los conductores que transportaba a viajeros desde el aeropuerto hasta el hotel de cuarentena. Las autoridades comenzaron a rastrear los contactos, pero fieles a su estrategia "business friendly", decidieron no introducir restricciones. Esta vez el milagro no funcionó. Este brote estaba causado por una nueva variante del virus, mucho más contagiosa que las anteriores. Inexorablemente el número de casos comenzó a crecer exponencialmente, desbordando a los trazadores de contactos. El gobierno empezó a introducir restricciones de una manera confusa, hasta que finalmente, Sydney tuvo que declarar un confinamiento estricto de toda la ciudad.

Durante las primeras semanas del brote, el gobierno insistió en que continuaba con la estrategia de eliminación. El objetivo era reducir a cero los contagios, como en los brotes anteriores, para volver a la vida despreocupada. Con el paso de las semanas, el mensaje cambió. Hubo que reconocer que habíamos perdido la batalla, y comenzaron las urgencias por vacunar a la población. Lamentablemente no había vacunas, y las que había tenían tan mala reputación que la gente las rechazaba. Australia, acostumbrada a codearse con los mejores en cualquier clasificación, se encontró en el último puesto de la lista de la OCDE en cuanto a vacunación. Mientras el resto del mundo, incluyendo países mucho más humildes, se había estado vacunando, Australia se había creído naturalmente inmune al Covid. Esta perspectiva de asumir que todos los problemas vienen de fuera y que Australia es superior o indestructible no es nueva. Sin ir más lejos, hace unas semanas hubo un terremoto en Melbourne y rápidamente se encontró un culpable fuera de Australia.

Han pasado más de 100 días de confinamiento en Sydney. Tras unos meses frenéticos y unos trueques con otros países para conseguir vacunas, la semana pasada el estado de NSW consiguió llegar al 70% de población doblemente vacunada. Hay que indicar que esta cifra no se puede comparar a la de otros países, puesto que Australia ha decidido utilizar otro tipo de contabilidad para engañarse a si misma, algo en lo que también hay experiencia. La cifra mágica del 70% significa que mañana Sydney saldrá del confinamiento estricto, pese a seguir cerca de la cola en cuanto a población vacunada, muy por detrás de países líderes como España. Si apostar por el aislamiento y la estrategia de eliminación fue jugar con fuego durante un año, eliminar las restricciones en este momento parece también muy arriesgado.

sábado, 2 de octubre de 2021

La comisión contra la corrupción

En los años 80, el estado de New South Wales (NSW) estaba escandalizado por una serie de casos de corrupción. Nick Greiner fue elegido Premier tras prometer acabar con la corrupción. Bajo su mandato, en 1988 NSW aprobó la creación de ICAC, una comisión independiente para investigar posibles casos de corrupción, con un presupuesto de 25 millones de dólares anuales. ICAC no puede imponer condenas, pero puede realizar investigaciones, organizar comparecencias y remitir las pruebas a la justicia.

Cuatro años después, en 1992 el propio Nick Greiner tuvo que dimitir como Premier, acosado por la ICAC, que había descubierto su participación en una jugada para apartar a un parlamentario y forzar una reelección de la que esperaba salir victorioso. Al final la justicia dictaminó que su comportamiento no había sido corrupto, pero ya era tarde. La investigación de ICAC había sido suficiente para forzar su dimisión.

En 2014, el Premier Barry O'Farrell también dimitió antes de que hubiera una investigación judicial sobre él. ICAC había descubierto que aceptó una botella de vino, algo que inicialmente negó hasta que apareció una nota manuscrita de su puño y letra agradeciendo el regalo.

En estos años ICAC no solo ha hecho rodar cabezas en la jefatura del gobierno de NSW. Entre otros casos, también ha destapado corruptelas en la empresa pública de trenes, e incluso el caso de un empleado del Australian Museum que robó miles de especímenes del museo. Aunque ICAC no está exenta de polémicas, en general actúa con gran independencia, sin importar el color del partido. Por ejemplo, hace unos años provocó la caída del líder de la oposición tras revelar que un millonario chino había entregado un maletín lleno de dinero en la sede del partido.

Esta semana, ICAC ha hecho caer otro Premier más. Gladys Berejiklian había llegado al cargo en 2017 tras la renuncia de Mike Baird, liquidado por su propio partido porque no había podido recuperarse de polémicas como la de los galgos o las leyes para controlar la violencia relacionada con el alcohol. Anteriormente a su ascenso, Gladys, que proviene de una familia de inmigrantes armenios, había desempeñado cargos de Tesorera y Ministra de Transportes con responsabilidad sobre importantes transformaciones como la introducción de la tarjeta Opal para unificar el transporte público, o la privatización de la red eléctrica. Una vez instalada como líder del estado, continuó con un enorme plan de inversiones en transporte, algunas bien recibidas como las líneas de metro, y otras muy controvertidas, como una red de autopistas subterráneas de peaje. También promovió operaciones de dudoso valor público pero muy jugosas para los constructores y especuladores, como el traslado del museo Powerhouse o el derribo y reconstrucción de grandes estadios. Sabedora de que enfrentarse al lobby de las apuestas había costado el cargo a su predecesor, Gladys facilitó dócilmente el uso del Opera House para promover carreras de caballos.

Con la llegada del COVID, Gladys alternó éxitos y fracasos. La estrategia de "contact tracing" funcionó de forma casi milagrosa durante un año, manteniendo Sydney prácticamente en un mundo paralelo en el que parecía no existir el COVID, pese a enormes pifias como el desembarco del crucero Ruby Princess. Finalmente, la aparición de variantes más contagiosas invalidó esa estrategia, y el gobierno de Gladys tardó en reaccionar. Cuando finalmente decretaron el confinamiento, ya era demasiado tarde.

Tras varios meses de confinamiento y tensión debido al trato desigual recibido por los barrios más humildes de Sydney, la situación parecía estar mejorando, y el final del túnel estaba a la vista. Sin embargo, esta semana se conoció que ICAC había decidido abrir una investigación a Gladys. Unas horas después, la Primer dimitía.

El asunto había comenzado varios años antes, cuando Gladys todavía era Tesorera. Otro miembro del parlamento, Daryl Maguire había estado involucrado en turbios negocios y cobro de comisiones en relación con unos terrenos alrededor del futuro nuevo aeropuerto de Sydney. Cuando se supo aquello, Gladys había exigido la dimisión de Daryl y había declarado sentirse muy decepcionada. El año pasado la ICAC llamó a declarar a Gladys como testigo en la investigación sobre Daryl. Se reveló entonces que los dos habían mantenido en secreto una relación sentimental que había continuado incluso después de la salida de Daryl. Obviamente esto no es ningún delito. Pero ICAC había pinchado el teléfono de Daryl, y las grabaciones de sus conversaciones con Gladys demostraban que ella estaba al corriente de las actividades irregulares de su novio. Gladys consiguió sobrevivir políticamente al escándalo el año pasado, hasta que esta semana ICAC finalmente decidió llamarla otra vez a declarar, esta vez no como testigo, sino como sospechosa.

En poco más de 3 décadas, ICAC ha decapitado 3 veces al gobierno de NSW. Algunas voces piden la creación de un organismo similar a nivel del gobierno federal de Australia. Quizás así podrían investigar casos como el de Christian Porter, hasta hace poco un ministro estrella del gobierno de Scott Morrison, que entre otros cargos había sido Ministro de Justicia. Hace unos meses, la televisión pública ABC, en otra demostración de independencia, le había acusado de un caso de violación a una menor que posteriormente se suicidó. El señor Porter denunció a la ABC por difamación para defender su honor, lo cual es perfectamente legal, aunque luego retiró la denuncia tras alcanzar un acuerdo con la ABC. Recientemente se supo que una parte de los costes legales de su pleito contra la ABC fueron pagados por un fondo opaco. Christian se negó a revelar el origen del dinero, y el primer ministro se vio forzado a apartarle del gobierno, aunque el señor Porter decidió conservar su escaño de parlamentario, como si las obligaciones legales y morales de transparencia solo aplicasen a los ministros pero no a los parlamentarios.