Hace 6 años, recién llegado a Australia, escribí un par de artículos (uno y dos) en tono divertido acerca de una de las primeras "tradiciones" que me encontré al llegar a esta parte del mundo. Se trata de la Melbourne Cup, "la carrera (de caballos) que paraliza al país". Con el tiempo he ido dándome cuenta de lo que realmente representa este evento: desde la glorificación de las apuestas hasta la muerte de algunos de los caballos inmediatamente tras la carrera (2 muertes en 2014, otra en 2015... se calcula que unos 100 caballos mueren al año en Australia al terminar una carrera, por diversos motivos).
Debido a la rivalidad entre las dos grandes ciudades australianas, Sydney, capital de Nueva Gales del Sur (NSW), no quiere quedarse atrás. Una rama del gobierno estatal llamada Racing NSW promueve una carrera alternativa llamada Everest, cuya primera edición se celebró el año pasado en un suburbio del centro de Sydney. El evento se publicita como "la carrera más cara del mundo" y el premio para el ganador excede los 10 millones de dólares. Por supuesto, alrededor del evento se desarrolla una enorme actividad de apuestas. La segunda edición se celebrará en apenas unos días.
Este año, Racing NSW quería crear aún más publicidad y expectación. Elevaron al gobierno la idea de declarar el día festivo, como sucede en Melbourne con su carrera, lo cual no fue aprobado. También planearon una maniobra publicitaria espectacular: proyectar sobre las velas del Sydney Opera House el resultado del sorteo de las calles de salida, incluyendo los nombres y dorsales de los caballos, así como los logotipos y colores de la carrera y los patrocinadores. Sin embargo, se encontraron con un problema: la gerente del Opera House (también dependiente del gobierno) se negó. Aunque las velas se iluminan de vez en cuando por diversos motivos, como el Vivid Sydney Festival, el Mardi Gras o celebraciones de triunfos deportivos, los motivos que se proyectan no incluyen textos, logotipos, nombres ni marcas.
La gerente del Opera House parecía tener la razón de su lado... hasta que intervino Alan Jones. Se trata de un locutor radiofónico "neo con" que lleva décadas en antena atendiendo a una limitada pero fervorosa audiencia. Acumula un gran historial de juicios por difamación. Su opinión sobre el cambio climático es que se trata de una farsa, una conspiración para formar un gobierno mundial. Cuando el padre de la entonces Primera Ministra Julia Gillard falleció, Alan sugirió que se había "muerto de vergüenza". También fue condenado por divulgar la identidad de un menor que era testigo protegido en un caso de asesinato. Pese a estas credenciales, que son solo un pequeño extracto de su página en la Wikipedia, Alan goza de una enorme influencia sobre los políticos, especialmente los más conservadores.
Alan Jones, quien no solo tiene pasión por los caballos sino también presuntos intereses económicos en la carrera, entrevistó en directo hace unos días a la gerente del Opera House y con gran agresividad trató de conseguir que revocara su decisión de no permitir la proyección de la publicidad. No consiguió lo que buscaba. Elevando aún más la presión, amenazó con lograr el despido de la gerente, para lo cual llamó también a Gladys Berejiklian, la actual Premier del gobierno de NSW. Gladys no tuvo el coraje necesario. Inmediatamente se plegó a las exigencias de Alan e impuso la autoridad ejecutiva para forzar al Opera House a recibir la proyección.
El asunto no ha dejado indiferente a nadie en Sydney. Durante los últimos días el escándalo no ha hecho más que engordar. El dócil nuevo Primer Ministro del país ha mostrado su entusiasmo por la proyección afirmando que el Opera House es "the biggest billboard in the city", es decir, la mayor valla publicitaria disponible, y olvidándose de que también es Patrimonio de la UNESCO, querido símbolo de la ciudad y una de las obras arquitectónicas más importantes del siglo XX.
Se han recogido cientos de miles de firmas para pedir que la proyección no ocurra. Las protestas vienen desde varios ángulos: defensores de los animales, personas preocupadas por la publicidad de apuestas, defensores de la no-comercialización del Opera House, y ciudadanos escandalizadas por la forma en la que un locutor de radio controla a los cargos políticos electos como si fueran títeres, sin tapujos y en pleno directo radiofónico. Para colmo de la ironía, esta semana estaba programada por el propio gobierno como "semana de concienciación contra las apuestas", un vicio/negocio que genera 20 billones de dólares al año, lo que equivale a 1000 dólares al año por cada australiano.
Para ser justos, hay que recordar que la historia del Opera House no puede separarse de las apuestas. La construcción del edificio llevó décadas, y para sufragarla el gobierno organizó una lotería pública que funcionó durante 40 años. Solo una fracción del coste salió directamente de las arcas públicas.
Finalmente, esta noche se ha producido el sorteo de las calles de salida. Pese a las manifestaciones delante del edificio y las maniobras de los organizadores para despistarles, la proyección ha tenido lugar.
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