En 2012 viajé a Argentina durante un par de semanas para hacer un amplio circuito con inicio y final en Buenos Aires. Entre otros lugares, visité Mendoza, San Pedro de Bariloche, El Calafate e Iguazú. Este último se ha quedado grabado en mi memoria como el paisaje más bonito que he visto en mi vida.
Puerto Iguazú es una localidad a más de 1000 kilómetros al Norte de Buenos Aires, en la confluencia de los caudalosos ríos Iguazú y Paraná, junto al vértice fronterizo entre Brasil, Paraguay y Argentina. Fue la primera población no europea que visité, exceptuando el centro de Buenos Aires que se parece mucho a cualquier ciudad europea. Me impresionó su situación en mitad de la selva, su clima tropical, sus construcciones de perfil bajo y sus calles de arcilla rojiza como si fueran las pistas de Roland Garros.
La razón para visitar este lugar en el interior de Suramérica se encuentra unos pocos kilómetros hacia el Este, en medio de la selva. Las cataratas de Iguazú aparecen en cualquier lista de las 7 maravillas naturales del mundo, y con razón. Se trata de un complejo de cascadas de varios kilómetros de longitud y unos 80 metros de altura, divididas en dos escalones. Son las cataratas más largas del mundo, aunque no las más caudalosas, si bien tuve la suerte de visitarlas en una época de crecida. Millones de litros de agua se desploman cada segundo con un rugido atronador.
Este paisaje ha quedado retratado en numerosas películas, incluyendo La Misión, Moonraker e Indiana Jones. La visita se puede hacer tanto desde el lado argentino como desde el brasileño. Un entramado de pasarelas, sendas y hasta un tren turístico permiten acercarse hasta el mismo borde de las cataratas. Uno de los miradores más espectaculares es el situado sobre la Garganta del Diablo, donde la cortina de agua forma un arco de herradura, pero las vistas son magníficas desde cualquier lugar. En mi visita incluí una vuelta (guiada) en barca por la parte superior y otra por la parte inferior. La segunda incluyó acercarse bastante a una de las cascadas hasta quedar completamente remojado. Pese a las precauciones que tomé, mi cámara de fotos sufrió un final épico.
Me pasé todo un día, desde el amanecer hasta el atardecer, contemplando emocionado el increíble paisaje. No tuve tiempo de visitar el lado brasileño, ni siquiera todos los rincones del lado argentino. Ojalá tenga la oportunidad de volver en otra ocasión.