El sistema electoral federal en Australia es distinto al español. Aquí también hay dos cámaras, aunque el Senado se renueva solo parcialmente. El país está dividido en circunscripciones más o menos arbitrarias, y en cada una de ellas se elige a un único parlamentario. Como solo se elige a un diputado por cada una de las 151 circunscripciones, el ganador se queda con todo, y el resto de partidos se quedan sin representación. Las fronteras entre las circunscripciones se redibujan cada 7 años para rebalancearlas en función de los cambios de población, aunque obviamente resulta difícil que todas las circunscripciones sean homogéneas. Por ejemplo, hay circunscripciones de 70,000 electores y otras de 125,000 electores, y en ambos casos quedan representadas por exactamente un parlamentario.
El voto es obligatorio, bajo pena de multa para los que no ejerzan su derecho y deber de votar. Una de las ventajas de este sistema es que la participación es muy alta. Los candidatos no tienen que perder el tiempo llamando a la participación y se pueden concentrar en el mensaje. Tampoco se puede especular con la movilización (o falta de movilización) del electorado. Obviamente la elección de un único representante por circunscripción favorece a los partidos grandes, por lo que el sistema tiene un mecanismo para dar alguna oportunidad a los partidos minoritarios y evitar la concentración del "voto útil". En lugar de votar por un único candidato, los electores tienen que ordenar a todos los candidatos por orden de preferencia, sin dejarse ninguno. En otras palabras, todos los australianos tienen que valorar a todos los partidos, sin excepción. El recuento se hace por eliminación: primero se asignan los votos a la primera preferencia, se descarta la opción menos votada y sus papeletas se resignan según la siguiente preferencia, hasta que uno de los partidos tiene una amplia mayoría. Como resulta fácil imaginar, el recuento puede durar días.
Otra consecuencia del voto por preferencias es que los partidos llegan a alianzas pre-electorales para invitar a sus simpatizantes a intercambiar los primeros puestos de las preferencias ("vótame a mi primero, y a mis aliados como segundos"). También es una oportunidad para emitir votos de castigo a los partidos menos preferidos, lo que provoca que algunos queden retratados al señalar a sus antagonistas. Por ejemplo, los candidatos de varios partidos incluyendo los Laboristas pidieron a sus electores que pusieran a escandaloso partido xenófobo One Nation (similar a Vox) como última opción. Sin embargo, los Liberales fueron incapaces de hacer lo propio ya que sospechaban que podrían necesitar a los ultras para formar gobierno, y llegaron a sugerir que el partido ecologista de Los Verdes deberían ser la última opción. Claramente piensan que el ecologismo es el principal enemigo de Australia.
La elección de un único candidato por circunscripción también provoca que algunas campañas se hagan en negativo, para desbancar al titular del escaño. El caso más llamativo ha sido el de los pudientes barrios costeros del norte de Sydney. Durante los últimos 25 años, Tony Abbott había arrasado allí. No obstante, sus apoyos habían quedado erosionados tras su feroz venganza contra sus rivales dentro del partido Liberal tras su accidentada salida como Primer Ministro, que culminó con otro relevo en el gobierno. Además, su obcecada postura negando el cambio climático y a favor de la minería de carbón y producción de energías no renovables, junto con su oposición a la igualdad del matrimonio homosexual o la causa feminista, le habían dejado desfasado respecto a buena parte de los Australianos. Los ciudadanos de a pie se movilizaron, buscaron una candidata carismática (una abogada y ex-medallista olímpica), hicieron una gran campaña contra Abbott, y consiguieron lo que hasta el año pasado parecía imposible: que los barrios más ricos de Sydney eligiesen a una mujer, candidata independiente, en lugar de un hombre conservador.
Sin embargo, contra todas las encuestas, los barrios trabajadores se decantaron por los Liberales, que han obtenido una cómoda mayoría parlamentaria para gobernar en solitario. Si las anteriores elecciones habían estado centradas en la inmigración, estas elecciones estuvieron centradas en el cambio climático y la transición energética. Los Liberales prometieron abrir más minas y centrales térmicas y no poner impuestos a las empresas contaminantes. Repitieron que Australia va por buen camino para cumplir sus compromisos de reducción de emisiones (los datos lo desmienten). Extrañamente, en las últimas semanas de campaña, cuando creían que ya estaba todo perdido, también arremetieron contra los coches eléctricos, afirmando que tienen una autonomía mucho más limitada de la que realmente tienen, que no se pueden recargar en Australia, que los Laboristas iban a obligar a poner enchufes en todos los garajes privados, quitar las camionetas a los repartidores, y dejar a los australianos sin sus excursiones de fin de semana con sus coches. Resulta difícil entender en qué ayuda esta postura al país, pues Australia importa casi todo el petróleo que consume pero dispone de un inmenso potencial para producir electricidad.
El reelegido Primer Ministro Scott Morrison se hizo célebre hace un par de años cuando siendo todavía ministro de Economía trajo un trozo de carbón al parlamento australiano para dar teatralidad a su discurso. La imagen del ahora reforzado líder de Australia jaleado por su bancada y agarrado al carbón como Gollum a su anillo va camino de convertirse en el desgraciado símbolo de la miopía y codicia de la actual generación de políticos. (Foto: ABC News)
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