En Australia, los bomberos forestales son un cuerpo mayoritariamente voluntario. Algunos de estos voluntarios llevan meses ausentes de sus trabajos habituales, luchando contra el fuego. Debido a la escala de los incendios, los esfuerzos de los bomberos se concentran en proteger vidas humanas y, si es posible, las viviendas y granjas. En muchos casos no hay capacidad para tratar de apagar los fuegos o salvar la fauna, aunque en algunos casos se han hecho esfuerzos extraordinarios para salvar de manera milagrosa árboles de gran valor ecológico.
En las últimas semanas, las lluvias han aminorado el desastre, aunque varios fuegos siguen ardiendo y el verano aún no ha terminado. En algunos casos, los fuegos se extinguen porque ya no queda nada más que quemar, o porque los enormes frentes acaban encontrándose con la cola de otros incendios.
Las cifras son estremecedoras: más de 18 millones de hectáreas calcinadas (Asturias tiene aproximadamente 1 millón de hectáreas), más de 30 víctimas mortales, unas 3,000 viviendas destruidas, las mayores evacuaciones en la historia del país, incluyendo algunas dramáticas por barco y helicóptero desde las playas, etc. En algunas regiones, como los parques nacionales que rodean Sydney, el 80% de la superficie forestal ha ardido. Aunque la ecología australiana está adaptada al fuego, algunas especies como los icónicos koalas han quedado muy afectadas, y podrían haber recibido el empujón definitivo hacia la extinción.
Como cabía esperar del actual gobierno, la respuesta ha sido decepcionante. Durante las primeras semanas de la crisis pretendieron que no pasaba nada extraordinario pese a que las evidencias se acumulaban (¿acaso la población no se va a dar cuenta de que el cielo se ha vuelto naranja?). En Navidades, cuando la situación se agudizaba y había un goteo de muertes, el Primer Ministro se marchó de vacaciones en secreto a Hawaii. Aunque su oficina negaba los rumores de que Morrison estaba fuera del país, la prensa encontraba y fotografiaba al Primer Ministro tomando un refresco en una playa de Hawaii. Forzado por el clamor popular, Morrison tuvo que adelantar su regreso al país y pedir disculpas. El Ministro de Emergencias de NSW, que había anunciado su intención de no renunciar a sus vacaciones navideñas en Europa, también recapacitó en el último momento. Mientras tanto, el Ministro para la Reducción de Emisiones, del que ya he hablado en el blog, se encuentra desaparecido de la escena, probablemente en la nevera debido a sus problemas con la policía y por haber quedado señalado por la comunidad internacional como responsable del fracaso de la reciente cumbre del clima en Madrid.
El regreso de Morrison no trajo la calma. Sus visitas a las zonas devastadas fueron recibidas con desprecio, a lo que el político reaccionó con extraños gestos como forzar a una madre embarazada que ha perdido su casa a estrecharle la mano, y luego darle la espalda cuando la mujer pide ayuda. Cuando visitó a los vecinos de Kangaroo Island, una de las zonas más afectadas, el Primer Ministro les quiso animar diciendo que por lo menos allí no había que lamentar muertos; una de las vecinas le interrumpió para recordarle que el día anterior habían muerto dos vecinos, padre e hijo, defendiendo su casa.
Al mismo tiempo, la caverna mediática se lanzaba a una campaña para cambiar la narrativa. Primero acusaron al partido Verde de la situación. Según ellos, los Verdes habrían bloqueado las quemas preventivas en los meses menos calurosos. En realidad, los Verdes solo tienen un diputado en el parlamento nacional, donde el gobierno disfruta de mayoría absoluta. Ninguno de los ayuntamientos, que es donde se tramitan los permisos para realizar estas quemas preventivas, está gobernado por los Verdes. Y además el partido Verde siempre ha mantenido una posición abierta a las quemas preventivas. Los bomberos aclararon que si este invierno se realizaron menos quemas de lo habitual fue porque la temporada de incendios se adelantó y porque la sequía no permitió hacer quemas con seguridad. La caverna insistió: los fuegos estaban siendo provocados por pirómanos, con todo tipo de intenciones: desde el terrorismo hasta la recalificación de terrenos para construir un tren de alta velocidad. La policía tuvo que desmentir que hubiera cientos de detenidos por iniciar incendios, y los bomberos aclararon que solo una minúscula parte de los incendios habían sido provocados. La mayoría habían comenzado debido a tormentas eléctricas, o por ascuas arrastradas hasta 25 kilómetros por los fuertes vientos.
Lo que ha sucedido y todavía está sucediendo en Australia es una llamada de atención que debería cambiar el mundo. Uno de los países más ricos del mundo se ha visto de rodillas, incapaz de controlar una situación que se ha prolongado durante meses dentro de sus fronteras. Dos ciudades de 5 millones de habitantes y que habitualmente se disputan los primeros puestos de cualquier clasificación de calidad de vida en el mundo se han encontrado con restricciones de agua, restricciones de electricidad, con carreteras y trenes cortados, con problemas de contaminación del agua, y con un aire irrespirable que obligaba al uso de máscaras para salir a la calle. A todo eso hay que añadir una sensación de impotencia y de que estamos presenciando un adelanto de lo que nos depara el futuro.
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